Por Marcelo Melo
La justicia llega. Siempre. Se conoció la sentencia a cadena perpetua para algunas de las personalidades más oscura denuestra historia: Astiz, Cavallo, Donda, Pernías, Rádice, entre otros. Pensaban, en su interior, que la impunidad que supieron exhibir sería eterna, como la soberbia que les permitía atropellar la vida humana. Se infiltraban. Denunciaban. Torturaban. Asesinaban. Vejaciones a la condición del Ser de una profundidad inaudita.
La ESMA fue uno de los más cruentos espacios que la última Dictadura Miliar utilizó como ámbito de operaciones políticas, militares e ideológicas. Sus huellas están hoy en nuestra sociedad libremente expuestas a partir de que Néstor Kirchner lo convirtió en un símbolo de lucha y defensa de los Derechos Humanos. Aún sus paredes registran mensajes de los detenidos de aquella época. Ayer, sus familiares, y la argentina toda, los volvió a llorar, por dolor, pero, también por la alegría de que la justicia de todos llegó.
Un día histórico. Uno más en la argentina reciente de los Derechos Humanos. De la elevación de la condición. Del uso correcto de la Memoria Colectiva para manifestarnos tan libremente como nos es posible.
Caminar el sendero de la vida y el recuerdo de los que no están es nuestra obligación. Tenerlos presentes y saber defenderlos de los aún latentes agravios políticos e ideológicos que el conservadurismo suele lanzar es un deber ciudadano.
Los represores y asesinos ahora juzgados y condenados fueron parte del más violento uso de los aparatos ideológicos y represivos del Estado en contra de la humanidad. Describir todo el daño que han hecho, las atrocidades cometidas, las faltas perpetuadas es simplemente imposible, pero, a la vez, conocido por la sociedad gracias a un complejo proceso cultural que venimos viviendo.
La justicia se ha manifestado y porque, como dice el proverbio griego, “Soy hombre, nada humano me es ajeno” no podemos menos que mostrar la satisfacción de que la justicia trabajo en pos de la integridad colectiva, individual y social.
