El 1º de mayo es sinónimo de lucha. Parió con violencia el nacimiento de las grandes movilizaciones de la clase obrera, un antes y un después en el desarrollo del capitalismo. Como la naciente de un río, que corre hacia abajo por mil afluentes, teñidos con la sangre de incontables héroes y mártires, ha dejado algunas marcas, huellas, que nos recuerdan, que allá lejos, en el camino que construimos en el tiempo, se consagró un derecho fundamental e inalienable que ejercemos hoy.
El 1º de mayo de 1886 comenzó en Chicago un movimiento en reclamo de las ocho horas de trabajo. La manifestación fue brutalmente reprimida y terminó con la ejecución de cuatro trabajadores anarquistas, ahorcados tras un proceso irregular el 11 de noviembre de 1887. En 1889, la Segunda Internacional Socialista decidió instituir el Primero de Mayo como jornada de lucha para perpetuar la memoria de los trabajadores que murieron luchando por una jornada de ocho horas. En el país, la primera conmemoración tuvo lugar el 1º de mayo de 1890.
Los obreros argentinos honraron la memoria de los que cayeron por las ocho horas, entregando a su vez sus vidas, como en Plaza Lorea en 1909. De esta forma se fue afirmando paulatinamente el 1º de Mayo.
Aunque en nuestra memoria puede ser un hecho irreductible los acontecimientos que instituyeron el 1º de Mayo, ella fue expropiada y apropiada como un resorte más de poder por la clase dominante. A la histórica jornada de lucha de los trabajadores se la convirtió en la fiesta del trabajo; de esta forma se sepultaba la identidad del trabajador como sujeto de la explotación capitalista.
La existencia del obrero se hace concreta e inapelable en cuanto logra la agremiación. Es en su sindicalización que logra su lugar como actor social. Esta instancia de unidad de la clase obrera es la amenaza mas temida por la clase de los patrones.
Los desposeídos, no sólo lo son de bienes de producción, sino de identidad como sujetos históricos, que pueden reconocer quienes son y qué les pertenece. En 1968, la CGT de los Argentinos, encendió los corazones de los trabajadores, con la llama de la memoria de nuestros mártires. Con la pluma de Rodolfo Walsh, el programa del 1º de Mayo denunciaba: “El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los organismos financieros internacionales”.
Se impuso la necesidad del capital de dividir y fragmentar a los trabajadores, borrando la memoria e introduciendo la competencia individual y rompiendo la solidaridad propia de una clase que comparte un interés común, el de liberarse de la explotación capitalista.
La lucha de clases, es ocultada con mitos, narraciones al servicio de naturalizar la injusticia y de descalificar al oponente, etiquetándolo como románticos utópicos, en el mejor de los casos.
Hoy más que nunca la historia la escriben los vencedores, en relatos que conducen a sectores de la sociedad, como los intelectuales, a la participación activa, que tuvo como resultado contribuir a aislar a la clase obrera, en particular a la parte de ella organizada sindicalmente, para debilitarla. En el mundo académico y cultural tendió a imponerse el discurso que enfatizaba la pérdida de centralidad (e incluso la desaparición) de la clase obrera como sujeto, motor de la transformación. Se cambió la historia por crónicas periodísticas en la sección policiales. Las huelgas eran “salvajes”.
En nuestro país, la conciencia más alta tuvo su expresión en la CGT de los Argentinos. Rodolfo Walsh, sentenciaba:“La historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción.
Que los bienes no son propiedad de los hombres, sino que los hombres deben administrarlos para que satisfagan las necesidades comunes. La propiedad sólo debe existir en función social.
Los trabajadores, auténticos creadores del patrimonio nacional, tenemos derecho a intervenir no sólo en la producción sino en la administración de las empresas y la distribución de los bienes.
Los sectores básicos de la economía pertenecen a la Nación. El comercio exterior, los bancos, el petróleo, la electricidad, la siderurgia y los frigoríficos deben ser nacionalizados”.
Estas banderas de justicia son, sobre todo, valores que enaltecen, ayer como hoy, a la clase obrera al unirlas a un proyecto colectivo, de mayorías para honrar la vida y cuidar la naturaleza. La meta, era entonces, aniquilar en la conciencia hasta el último vestigio, pretensiones de soberanía popular, que se atreviera disputar poder con la clase dominante.
Desde Proyecto Sur proponemos una redistribución en gran escala de la riqueza social, que implica la gran opción de incorporar tecnología bajando sensiblemente la jornada laboral que también disminuye tiempo de trabajo humano (Alcira Argumedo).
Nada de ello será posible sin un cambio cultural y la reconstrucción de la Ética pública. La Memoria de nuestros anhelos y luchas, será la cantera desde la cual surgirán los materiales con que alcanzaremos un futuro de justicia.
Planteamos la necesidad de volver a la historia para pensar el futuro. Debemos buscar una síntesis enriquecedora de la mejor herencia política, de ética y de ideas-fuerza, que fueron utilizadas para enmascarar la realidad contundente del neoliberalismo. Pero siguen vivas en los miles de hombres y mujeres que entregaron generosamente su sangre como lo hicieron los mártires que honramos el 1º de mayo.
Movimiento Proyecto Sur Mercedes.