Por Oscar Dinova y Diana Manos
Hace pocos días conocimos a través de la aparición del libro del escritor y periodista Ceferino Reato “DISPOSICIÓN FINAL” las afirmaciones del ex–General Jorge Rafael Videla acerca de las determinaciones tomadas para eliminar a todos los prisioneros detenidos ilegalmente durante la dictadura que él mismo iniciara, – violando la Constitución – el 24 de Marzo de ese nefasto año.
Queremos primeramente afirmar que apoyamos los trabajos académicos, históricos y periodísticos de investigación. No así los de cotidianeidad. Este cruel personaje ha perdido toda autoridad moral y ética para opinar sobre los temas de actualidad de los argentinos, en los que sólo debemos estar involucrados los ciudadanos que no atentamos contra la democracia y no cometimos delitos de lesa humanidad.
Por el contrario, las investigaciones que nos aportan elementos para mejor entender y comprender nuestra historia son, en nuestro muy modesto juicio, bienvenidos más allá de que acordemos parcial o plenamente con su contenido, o no.
No podemos, ni debemos dejar de conocer y comprender nuestro pasado.
El pasado anda siempre entre todos nosotros, intentando repetirse de mil maneras.
En lo que respecta al núcleo central del libro en cuestión; no nos sorprende en absoluto el reconocimiento – y casi confesión – de parte de Videla de la decisión de mandar a matar seres humanos indefensos, esconderlos y negar, luego, este procedimiento. Ya lo sabíamos. El trabajo del Nunca Más en su momento, y los innumerables testimonios de sobrevivientes, así como el de algunos genocidas habían echado luz sobre este aciago período de nuestra historia reciente. Pero es mejor escucharlo de su boca. Una aceptación sin una pizca de arrepentimiento, o de remordimiento. Cosa que no nos sorprende en absoluto.
Usted no sólo fue presidente argentino por la fuerza. Fue, previamente, la máxima autoridad del Ejército Argentino de esos años.
Usted ostentó el cargo de general del Ejército y acepta haber eliminado “enemigos” en una autobautizada “guerra sucia”. Es el mismo ejército que nació de las manos de San Martín, el mismo que libertara medio continente, el mismo que, por ejemplo, prohibía taxativamente dañar a los habitantes o bienes del Perú, cuando ejerciera la máxima autoridad de ese territorio.
Corregimos, ya no era el Ejército Sanmartiniano. Gente como usted lo manchó, inconcebiblemente. Lo manchó vergonzosamente al levantarse contra los propios hermanos, -algo que el Padre de la Patria jamás aceptó realizar-, eliminar seres indefensos, robar a sus hijos y sus pertenencias. Asesinar militantes, monjas, adolescentes, curas, seminaristas, sindicalistas, estudiantes, secuestrar de los cuarteles a soldados que se presentaban a cumplir con su deber cívico, para luego decirles a sus padres que habían desertado, etc.
Su sangrienta presidencia de facto dejó un legado de persecución y muerte que se ubica en las antípodas de la religión que usted alega profesar tan fervientemente. No es lo único que los argentinos hemos heredado de usted. En el entretejido cultural quedó anidado este veneno más silencioso y sutil, como es el de no hacerse cargo de los actos que ejercemos. Usted instaló no sólo el concepto de desaparecido en el mundo (en la mayor parte de las lenguas se pronuncia en español a partir de la dictadura argentina), sino también el abominable hecho de que nadie fue, nadie es responsable, nadie tiene la culpa de delitos, nadie se hace cargo.
Entregas patrimoniales, corrupción, acomodos, manipulación de leyes y abusos de poder, enriquecimientos imposibles, crímenes sin culpables, culpables sin cárceles, etc, etc, etc.
Acá no ha pasado nada y yo no fui llevan indudablemente su impronta.
Si en un país matan de la peor manera a miles de ciudadanos y ni siquiera se reconocen esas muertes, que importaría ignorar cualquier delito por debajo de esa escala macabra. Se lo debemos a usted, Videla.
Claro que los mercedinos no nos merecemos ser sus convecinos, tampoco los argentinos haber atravesado tanto desastre. Hay que asumirlo así. No ignorarlo. Pero sí nos toca remontar este legado siniestro y construir una ciudad y un país dignos de ser vividos. Habrá que esmerarse, y sabemos que no será una tarea fácil o de una sola generación. Pero lo lograremos, a pesar suyo, de sus crímenes imperdonables y de la pesada herencia recibida.
Nos estamos sólos, como usted, en su triste final.
Nos acompañan todos los mártires que usted pretendió desconocer. Están aquí, bien presentes. El pueblo los tiene a su lado, para no olvidar, para volver a empezar.
Siempre.
OSCAR DINOVA DNI 12 109 132 DIANA MANOS DNI 10 439 982