Por Alejandro Molle
El rasgo más notable de la Hermana Camila Rolón es el de haberse desvivido y prodigado hacia sectores sociales de menores recursos, impronta con la que llegó a Mercedes en enero de 1880 al habilitar la primera de las casas de sus metas, iniciando así el derrotero de la Congregación en ciernes.
A su llegada a Mercedes – por el carácter provisorio de la Congregación con el que el arzobispo Aneiros había autorizado – lo hizo en carácter de seglar (o laica postulante a monja) y, de ahí, que los diarios en circulación la caracterizaran como la “señorita Camila Rolón”.
Pasado un año el arzobispo autorizó a Camila y a sus compañeras de causa usaran el hábito monjil, acontecimiento que se materializó el 19 de marzo de 1881, festividad de San José.
Camila y sus compañeras, Rosa y María Luisa, no abandonaron sus nombres de pila (como era habitual), sino que le adosaron el de “San José”, y luego sus apellidos.
La Congregación de las Hermanas Pobres Bonaerenses nació y comenzó su expansión en una hora en la que en el firmamento político primaba y tallaba la masonería internacional, círculo preponderante que denostaba a la Iglesia Católica y todo lo atinente a ella. Sin embargo, Camila, y a contrapelo de las diatribas anti eclesiales tomó sobre sus espaldas la faena reconstructora de la imagen de la Iglesia.
Camila es, por cierto, una mujer sorprendente. Inició en acción fundadora en esta ciudad, época a la vez en el que el rol de la mujer tenía un limitado campo de acción: la atención del hogar, dedicarse a tareas ligadas a quehaceres típicos de la época – como la educación en algunos casos – o en aquellos otros (muchísimos menos) la que la tradición imponía a fuerza de costumbre, como la de hacerse religiosa.
En tan acotada esfera de acción la circunstancia que irrumpiera en el escenario social pueblerino una mujer con el propósito fundacional de una casa religiosa de asistencia a sectores desprotegidos y motorizara de la nada y sin nada, y para colmo ajena a la vecindad, comenzó a llamar la atención y a generar adhesiones a su obra. Frente al laicismo militante de las élites, Camila oponía su militancia de católica en su máxima expresión evangélica: asistir, compartir y confortar a hermanos sufrientes.
Su proyecto nacido de la nada es probable que en el ambiente mercedino al principio haya resultado quijotesco, empero Camila bien segura estaba del desafío que tendría por delante.
En una ocasión, 1887, Camila se vio inmersa en una discusión de órdago con el municipio local, el cual pretendía clausurar el Asilo de San José, argumentando falta de higiene. Frente al percance, Camila soltó las amarras y supo hacer gala de demostrar que poseía agalla suficientes para defender con uñas y dientes la obra de su autoría.
Así nomás no la arrearían. Su estilo de mujer de empuje desbordante y fuerza incomparable impidió que la pasaran por encima, que la arrearan, porque – como le contó en carta a su hermano Avelino Rolón, “…no creas, Avelino, que soy de esa condición de mujeres que se ahogan en un vaso de agua…”. Además, le decía que detrás de la verdugueada no había más que “masones” a los que enfrentó y “…ahora ya nadie me molesta…”.
Por estos días y muy particularmente la Congregación recuerda a Camila y festeja el ciento setenta aniversario de su nacimiento, en San Isidro, el 18 de julio de 1842, y en febrero próximo también será evocada de modo singular al conmemorarse el centenario de su fallecimiento.
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