Por Sebastian Varceló (rmedios@gmail.com)
La iglesia Argentina tiene una visión muy relativa de la realidad. Muy. Poco ha hecho o dicho de los prelados cómplices comprobados de actuar en la última Dictadura Cívico Militar, económica y mediática, tampoco con los abusadores de menores y corrupción. Recientemente se supo que Aldo Vara, ex Capellán en Bahía Blanca estaba prófugo cobrando mensualmente dinero enviado por la Iglesia Argentina a su lugar de escondite, en Paraguay, a pesar de saber que tenía pedido de captura internacional y se hallaba prófugo de la justicia. Fue cómplice de un hombre, un ser humano, buscado por la justicia, la misma que llama a respetar. No la respetó.
Fue silenciosa y lo es en el caso del Padre Grassi a la vez que lo apoya con abogados, dinero y todo tipo de artimañas institucionales para que siga en libertad.
Calló cuando Christian Von Wernich estaba oculto en Chile evadiendo las responsabilidades de la justicia con nombre falso. No podían ignorar su paradero.
Se adaptó tan rápidamente a la nueva realidad en 1976 que pocos dudaron la iglesia estaba de acuerdo el 24 de marzo con el derrocamiento del gobierno democrático y el ascenso de la Dictadura. Adolfo Tórtolo, Vicario General Castrense y Presidente del Episcopado, que estuvo un tiempo en Mercedes y donde tejió lazos importantes y amistosos, recibió en la noche del 23 de marzo en su despacho a Jorge Rafael Videla y a Ramón Agosti, insistimos, ya los conocía de Mercedes. En dicha reunión oyó la confirmación de que en horas se concretaría el Golpe de Estado. No dijo nada. No alertó a nadie. Esperó a que los hechos se consumaran y se dedicó a acompañarlos y actuar en conjunto a las fuerzas militares y los civiles socios.
Desde Bahía Blanca, Emilio Ogñénovich afirmaba que era hora de “devolver a los argentinos su fe, para que retomen a Dios”, lo hacía en relación a la desaparición de jóvenes estudiantes bahienses y los reclamos ciudadanos. Lo declaraba junto otros hombres de la iglesia a nada más y nada menos que el Diario La Nación. Sabemos de su rol mediático.
Supo claramente darle la espalda a las decenas de jóvenes de Luján que pasaron año nuevo de 1979/80 en las escalinatas de la Basílica de Luján, Virgen de todos los argentinos, ya que no fueron recibidos ni les abrieron las puertas. Quedaron a la intemperie. Ese día la casa del señor no fue para los necesitados, como tanto anuncian. Reclamaban no se cierre la Casa de Altos Estudios, pero, claro, el Ministro Llerena Amadeo había sido nombrado desde Roma cuando Videla se reunió a comer con los cardenales Primatesta, Aramburu y Pironio. Le dieron dos nombres para optar. Quedó Amadeo, del riño eclesiástico. Ante tal tejido de intereses las puertas iban a seguir cerradas.
Siguió mirando para otro lado cuando políticos y hombres de acción ciudadana le pidieron a Monseñor Agustín Radrizzani, Arzobispo de Mercedes – Luján, que Videla no reciba más la comunión en Marcos Paz, que no era merecedor de la gracia del Señor por no arrepentirse de los crímenes cometidos. Felipe Solá era uno de los que recibió la respuesta negativa de la iglesia en boca del Arzobispo.
Sobran ejemplos y casos. Hoy la iglesia nos dice que el país está “enfermo de violencia”, sin embargo, no se mira a ella y la violencia que construyó durante décadas y décadas, sentada en las mesas de los poderosos y ricos, beneficiándose de tal situación, de las muertes, de las desapariciones, de la persecución política e ideológica. La iglesia no mira su pedófila actualidad. Su corrupta coyuntura vaticana. Mira la paja en el ojo ajeno -si existiese, sino lo crea metafísicamente-. Mira al otro. No se mira a sí misma. Nos dice, con el látigo en la mano, que la violencia es una enfermedad que todos tenemos.
Que el país esta enfermo de violencia es totalmente cierto, lo diga la Iglesia Católica o cualquier otra Institución.
Si lees «todo» el documento encontrarás que hace un análisis muy amplio y extensivo a toda la sociedad, inclusive los medios de comunicación.
Que la Iglesia cometa errores y horrores no es novedad, pero que este documento refleja una realidad es evidente para los que vivimos en la Argentina.