En la tarde del martes el intendente Carlos Selva descubrió una placa recordatoria del gran Ángel Cabral que se instituyó en el barrio San Jorge.
Los vecinos del barrio San Jorge, encabezados por la presidente de la sociedad de fomento Mirta Retamozo, decidieron realizar un homenaje al gran guitarrista, compositor y cantor don Ángel Cabral. Es por ello que desde la Municipalidad de Mercedes tomaron la decisión de colocar una placa recordatoria en su quinta, ubicada en pleno barrio San Jorge en calles 137 y 102.
El acto se concretó este martes por la tarde y contó también con la presencia del presidente del Concejo Deliberante Marcelo Denápole. Los vecinos se acercaron hasta la tradicional quinta que pasó a la inmortalidad con el nombre de “Que nadie sepa mi sufrir”.
Ángel Cabral nació el 1 de octubre de 1911 y falleció el 4 de junio de 1997. Nació en el barrio de Villa Luro, exactamente en la calle White, entre Bragado y Tapalqué. Fue sin duda, un personaje singular de pura etnia porteña. En lo artístico comenzó haciendo lo suyo, guitarra y canto, era un bohemio presto a tocar donde lo llamaran, totalmente alejado del profesionalismo.
A lo largo de su carrera compuso más de 200 canciones, entre las más destacadas podemos nombrar: “Que nadie sepa mi sufrir”, “Amarraditos” y “Plegaria” (valses peruanos); “Errante vagabundo”, “Desagradecida” y “Desamorada” (valses); “Su nombre era Margot”, “El clavelito”, “No, no llores más”, “Amor de chiquilina” —que firmó como Ángel Amato, en colaboración con Erma Suárez—, “Yo soy milonga” —con Juan José Riverol—, “Y con eso dónde voy”, “Un cielo para los dos”, “Fueron tres palabras” —en colaboración con Ernesto Rossi— y “Que sea lo que Dios quiera” (tangos).
Pero de todos los nombrados, hay una página memorable que rompió el molde y que se convirtió en un éxito internacional, el vals peruano “Que nadie sepa mi sufrir”. El hecho ocurrió en 1953, en oportunidad de la presentación en el Teatro Ópera de Buenos Aires, de la cancionista francesa Edith Piaf. Esta inolvidable intérprete escuchó el valsecito y se lo llevó a su país. Ya en París, convocó al autor Michel Rivgauche, quien le cambió la letra y el título, así nació “La foule”, que en francés significa la multitud. La transformación resultó un éxito extraordinario desde el mismo estreno.