A Osvaldo Oscar Dinova, mi viejo.
Por Oscar Dinova.
Ya no te tengo y en este día se siente.
Llegan los recuerdos galopando como una tropilla de caballos salvajes.
Desordenados, indómitos, atropellando el viento infinito.
¿Qué hacer? ¿Debo tratar de ordenarlos o dejarlos hacer a su antojo?
Me parece verlo, empujando la bicicleta chiquita, que despojada de las rueditas, no encontraba el equilibrio sino era por su empuje.
O enseñándome a hacer el nudo para atar los chorizos en las carneadas, ¡qué difícil!
Imágenes. Pequeñas instantáneas de la vida.
Imágenes. No fotos. Momentos atrapados por el alma para acompañarnos siempre. Cómo cuando salíamos a cazar perdices y yo era el encargado de ir a buscarlas por entre medio de los cardos del campo o en las zanjas llenas de agua.
O las 500 millas mercedinas y la pregunta insoslayable; ¿vos por quién hinchás?
Por Bordeu le digo y no me dice nada, aunque yo sé que a él le gusta Emiliozzi.
Nunca se metió con los gustos de nosotros, o nuestras elecciones.
Era de Huracán, yo de Independiente. Pero nunca dijo nada. Formas de enseñar.
Después vinieron otras épocas, menos tiernas, más amargas.
Y nos fuimos distanciando, una opción política y de vida que no entendía.
Pero respetó. Y era difícil hacerlo, sí que era difícil.
La vida nos alejó. Varios años, muchos años.
Cuando nos reencontramos, yo tenía una familia y vivía en otro país.
Cantamos zambas, recorrimos callejuelas en una París efervescente. En Normandía nos explicó el desembarco aliado como si todavía estuviese pasando. Era feliz.
Después regresamos al país, fue la única vez que me dijo no estar de acuerdo.
Lo entendí como una forma de amor. Tenía miedo.
Miedo de que la Argentina fallara y nos volviera a perder.
Siempre nuestros problemas iban primero, aunque él pusiera su vida detrás del Banco del Oeste y lo único que le quedó es una medalla. Ni el Banco existe.
Imágenes. Como la del abrazo en Ezeiza a poco de llegar. Cómo la de mis chicos jugando en el fondo de la casa paterna.
O subiendo a su nieto al viejo caballo que cuidó para enseñarle a andar por el campo. Su campo de joven, con su padre, mi abuelo.
La vejez lo asaltó como un golpe a traición. Cómo una tarde de invierno sin abrigo.
Y ya no fue el pibe con piernas de arlequín que descosía pelotas en la década del ´30, allá por los trasfondos de la estación. Aquel que corría marcando distancias del cinto de mi abuelo, por las fechorías hechas con su hermano.
Se fue en Diciembre de 2010, un poco antes de su cumpleaños.
A la hora y el día justos para no molestar a nadie en su trabajo.
Un sábado a la mañana.
Se fue decente, honesto, incorruptible, habiendo sido tesorero y gerente.
Hoy podría ser un patriota. Para él era normal, su héroe fue siempre Belgrano.
Imágenes. Palabras. Valores.
Todo lo que nos dejó. Que no es poco, que es mucho.
Ya no te tengo. O sí, todavía sí.
Sólo debo seguir buscando en lo quedo de vos en mí,… en nosotros.
Te extraño, eso seguro.
Feliz Día Papá.