Por Oscar Dinova – Hace exactamente 30 años, en las Pascuas del ´87 la Argentina vivió los últimos estertores de la Dictadura. Nos despertamos en los días de Semana Santa con los cuarteles tomados, la rebelión carapintada asomaba en múltiples puntos de nuestro aún malherido país.
No buscaban comprensión, exigían impunidad para los peores crímenes de nuestra historia. Y agregaban un último hito criminal, quizás el más grave; se levantaban contra la Constitución con las armas que el pueblo les había confiado para protegernos. Pero fallaron.
El pueblo y el líder que había promovido el juicio a los jefes del genocidio se opusieron, sin armas, para poner un freno -histórico y definitivo- a toda pretensión golpista.
A lo largo y ancho de la República la gente salió a las plazas y frente a los cuarteles para abortar esta última bravuconada. También nuestra ciudad vio ese desigual y singular enfrentamiento, la población, a cara descubierta, diciéndole basta a estos oficiales tiznados de negro, maquillados en su vergüenza.
Los partidos políticos agrupados en torno al presidente constitucional y las diferencias cotidianas fueron dejadas de lado en horas cruciales. Nadie faltó a la cita de defender la Constitución.
Con mi compañera y nuestros dos pequeños rumbeamos para Capital y compartimos con miles y miles de ciudadanos un domingo que jamás olvidaré.
Mis padres, angustiados pero orgullosos, nos esperaron hasta la noche en que compartimos un almuerzo-cena festejando haber dado -todos- un granito de arena en la consolidación democrática.
La resolución no fue perfecta, claro. Hubo pasos que reconquistar. Demandó tiempo y renovados esfuerzos.
Pero la sangre no se derramó y se estableció una frontera que nadie se atrevió a atravesar nunca más. La de la legalidad que da el voto popular.
Hagamos un alto, hoy, en estas Pascuas y recordemos esa fecha clave, donde pasamos cerca del desastre.
Hagamos un alto hoy. Y celebremos la Democracia.
Nos lo merecemos más que nunca.