Medellín, o la memoria de Gardel

Por Oscar Dinvova* – Acercarse a la Capital de Antioquia es entrar –para todo argentino- en territorios míticos. Bajos sus cielos recortados por suaves montañas ocurrió el accidente más insólito y trágico de la historia argentina; el que llevara a la inmortalidad, en 1935, al creador del tango canción. Sus calles, endiabladas e ilógicas están teñidas por sus recuerdos. La Avenida y la estación Gardel nos acercan a la Casa Gardeliana, antigua casa musical en el barrio Manrique, donde cada baldosa lleva el nombre del Morocho.

Enclavada en el corazón mismo de Medellín fue creada en el año ´72 por un argentino errante, Leonardo Nieto, para rendir tributo al Maestro del Tango. Creció acompañada de los mejores cantantes y orquestas. Hoy devenida Museo, es lugar obligado para todo turista de nuestras latitudes y de otras también. Allí, antioqueños y foráneos disfrutan de danzar tangos o de escuchar artistas que regularmente se citan para disfrutar de este singular rincón de la ciudad.

Finalmente, el otrora fatídico Aeropuerto Olaya Herrera, hoy devenido un lugar de culto. Aquí se cobija la esencia misma del genial cantante, gigantografías donde se lo ve sonreír para siempre, una estatua que canta al cielo inalcanzable y placas que reflejan el cariño de los personajes e instituciones más disímiles, desde Libertad Lamarque, -fundadora del lugar- al Racing Club del que el Zorzal detentara el carnet de socio.

La muerte no está invitada a la cita, hace años que deambula frustrada entre despojos ignotos de gente olvidada. Aquí, se marchó derrotada hace mucho tiempo, su infausta tarea llevó a Gardel a vivir para siempre, algo que la mismísima parca debió aceptar, amargamente.

Pero la verdadera memoria, la que conmueve, no está anclada en los lugares, bellos, cuidados, que nos remiten al Troesma. El secreto profundo del misterio que envuelve al clima de tango está en la gente, en el pueblo. Charlar con los medellinenses es remontarse a sus infancias, a sus abuelos. Está infiltrado en lo profundo del alma de sus habitantes, cordiales, amables. De todas las familias brota una anécdota, una emoción, un recuerdo fiel. Esa misma población que salió, aquel 24 de Junio, a las calles para comprobar que un hachazo brutal les había arrebatado al ídolo más grande que recorriera sus calles.

Gardel les pertenece, tanto como a nosotros, está en su herencia cultural, lo sienten propio, lo homenajean con sus festivales anuales, les enorgullece haberle dado cobijo durante los largos meses que debió esperar su cuerpo para un repatriamiento, hecho a lomo de mula y tren hasta el puerto de Buena Ventura.

Recorrer Medellín es reencontrarnos con nosotros mismos, es hallar un tramo de nuestra propia cultura en el seno de una sociedad, sufrida, castigada por la guerra y el dolor de las pérdidas. Personas sensibles y hospitalarias que nos reciben con una sonrisa y el sentimiento de un pasado común. Aquel que germinara a la luz de un artista genial y de un amor inquebrantable por el arte y la música. Dos cosas, bien presentes en Medellín y que nos acercan como pueblos de una misma América… enorme, doliente y bienaventurada.

* Escritor. Autor de “Crónicas de Gardel en Mercedes”

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