Por Susana Spano – La calle está desierta. A lo lejos, recortado contra el paisaje silencioso, avanza un colectivo, habitado por un solo pasajero.
El vehículo se acerca, rompe una faja que indica peligro y finalmente se detiene frente a una antigua casona.
Un hombre – Alejandro Vergara -, vestido íntegramente de negro, con gafas oscuras, baja despacio. Mira a su alrededor con extrañeza y luego se dirige hacia la imponente puerta de madera de la antigua mansión. Lentamente la abre y entra a un hall en penumbras que, a su paso, comienza a iluminarse. Con cautela explora el espacio. En su recorrido atraviesa varios pasillos, hasta desembocar en una habitación amplia donde dos representaciones de forma humana lo contemplan silenciosas – Carmen Guinot; Silvina Blanco- . Al lado de ellas, un televisor refleja la imagen de un hombre, vendado y maniatado que realiza ingentes esfuerzos por liberarse, sin conseguirlo.
Desde otro ángulo de la estancia, aparece una mujer vestida de rojo- Lorena Alfredo – que enfrenta al hombre; con un gesto le indica que observe la escena en detalle, se inclina hacia el televisor, murmurando un mensaje inaudible al hombre maniatado y continúa su camino, abandonando la habitación. El viajero la sigue; de pronto tropieza con una pared que le impide avanzar. La mujer, entonces, le entrega un bisturí con el que el hombre corta el obstáculo y aparece, solo, dentro de una habitación en la que se destaca un cuadro imponente, presidido por la figura de un avatar escatológico – Catalina Basso – que, lentamente sale del cuadro, envolviendo al viajero en una intensa experiencia transformadora.
El hombre queda solo y confuso, entra la deidad vestida de negro con gesto imperioso y el hombre abandona la habitación con la mujer.
Finalmente la deidad vestida de blanco entra, portando entre sus manos un tronco, que deposita a los pies del cuadro en el que se hallaba el avatar.
De esta manera se abrió, el sábado 23 de diciembre, la muestra “Un Viaje al Vacío”, en la que Jorge Blanco presentó su colección de pinturas 2017.
Un verdadero viaje hacia el origen y la profundidad del pensamiento humano, mostrando la realidad desde diversas ópticas, advirtiendo que ésta puede ser abordada de mil maneras diversas.
El viajero que arriba al Museo de Arte de la Municipalidad de Mercedes (MAMM) es un hombre ingenuo y curioso que se interna en un viaje que posee más interrogantes que certezas. A su paso encontrará: la prisión en la que el hombre moderno vive encerrado, las fuerzas de la naturaleza que, aunque presentes, parecen ocultas a los ojos y, a través del arte, eterno catalizador del tiempo y la cifra, se transformará en su encuentro con una criatura divina que modificará su futuro devenir.
El tema de la mirada está permanentemente presente, no solo en la performance sino en los cuadros que Jorge Blanco presentó en esta muestra. Grandes y amplias telas, en las que aparecen más de una perspectiva, diversas realidades, cambiantes según quien las contempla, que encierran una ficción dentro de otra. Tal como sucede en la vida con los seres humanos, tan precarios y frágiles, agitándose en el tiempo y el espacio, como hojas en una tormenta.
Blanco ha querido representar con sus obras, la realidad como un torbellino que, por momentos amenaza con arrasar todo a su paso y, por otros nos da calma pero no deja de aguijonearnos con las preguntas trascendentes: “quién soy” y “cómo llegué hasta aquí”.
Excelente el tratamiento que el artista dio a su paleta de colores que creó el clima propicio para el mensaje que quiso transmitir.
Las actuaciones de los actores que lo acompañaron en la ocasión fue lograda, destacándose el excelente trabajo de expresión corporal que realizó Catalina Basso.
Una vez más Jorge Blanco entregó al público mercedino, no solo una estupenda colección de obras, sino que fue más allá, explorando nuevas técnicas y expresiones que demostraron su madurez como creador, dotando a su obra de un profundo mensaje metafísico y filosófico que dejó en claro su crecimiento como artista plástico.