Por Oscar Dinova – Cuando en el atardecer de los ´80 yo recorría Mercedes buscando quién se interesara en crear una escuela rural, “una de alternancia”, (que nadie sabía muy bien de qué se trataba), mucha gente me repetía; tenés que hablar con Cafa, el Negro Cafa. Y resultó que Ernesto “Cafa” Adolfo era mi vecino, vivíamos distantes una cuadra. Yo, en la casa que me recibió del exilio, él en su incomparable tornería de 43 y 32. Todavía recuerdo golpeando las manos para proponerle un sueño. Nos hicimos inseparables junto a Susana Vazquez en la búsqueda de promocionar, buscar los fondos, hacer los trámites de lo que sería, sólo dos años después, el CEPT Nro 4, su querida escuela.
De inmediato entendió que en ese lugar se concretaban mucho de lo que él anhelaba para su país, una democracia directa, compromiso, abnegación y la conjunción de Estado, pueblo y una organización para garantizarle educación a una población postergada.
Ernesto fue el Primer Pte del Consejo de Administración del CEPT, elegido por unanimidad y en cierto modo contrariado, aceptó con la sola condición que fuera por el período fundacional, pues ese lugar estaba reservado para “gente de campo”. Y cumplió por supuesto, porque era persona de una sola palabra.
Criado en su amado Hogar Lowe, hizo de su vida la búsqueda de condiciones para que todos tuvieran y lograran, con dignidad, su propio hogar. Autodidacta, lector empedernido, poseía un bagaje cultural envidiable que prodigaba a los cuatro vientos, con un alma docente que pocas veces vi en persona alguna.
Socialista, militante, fue querido por todos los actores políticos que lo frecuentaron. Respetuoso y carismático en sus interminables explicaciones, supo rodearse de la amistad y cariño de todos, los que como yo, tuvieron la dicha de conocerlo.
Un eximio tornero, un artista de la mecanización industrial, que se entusiasmaba frente un nuevo diseño que dejaban en sus manos para que, por supuesto, él le diera vida desde un pedazo de metal intrascendente.
Una dolencia en la cadera lo tuvo a mal traer en la espera interminable e injusta de una operación que jamás llegaba. Y quiso el infortunio que, al salir adelante de ese trastorno, el cuore dijo basta. Quiero creer que tanta generosidad prodigada, tanta entrega y solidaridad a través de una vida entera, fue demasiado para su corazón. Quiero creer…y convencerme. En todo caso su familia, que tanto lo cuidó, estará orgullosa de haberlo tenido como esposo, padre y abuelo. Sabrán que él pudo vincular, como pocos, honestidad con ideales. Una gema que les ha legado para siempre.
Somos muchos los que estamos en deuda con Ernesto, el Negro Cafa. Le debemos el apoyo irrestricto, la palabra amiga, la sonrisa medida y las anécdotas infinitas. Cafa nos rescató de nuestras frustraciones, de nuestros sueños rotos y nos llevó bien alto y bien lejos. Convirtió a la práctica política en un lugar decente, pero por sobre todo, infinidad de hombres y mujeres le deberán sus estudios, su formación y una chance en la vida. Ser buenas personas será el único modo de abonar este saldo.
Estará en este doloroso fin de año, en el cielo de los justos y todos tendremos, a partir de ahora una luz que nos guiará en los momentos difíciles o en la búsqueda de sueños por conquistar.
Chau Ernesto, maestro de la vida.
Oscar Dinova – Escritor