«La novedad es el amor de Dios hecho carne, hecho sangre en Jesucristo, que se pone al servicio de cada uno de nosotros». Jueves Santo 9 de Abril 2020. Homilía en la Cena del Señor +Jorge Eduardo Scheinig Arzobispo de Mercedes- Luján . Catedral metropolitana Basílica Nuestra Señora de las Mercedes.
El mundo necesita una renovación urgente y profunda, una novedad. Todos teníamos la sensación y no es por jugar al profeta de que el mundo caminaba, camina hacia una situación compleja.
El Papa Francisco de muchas maneras viene diciendo que así nos vamos envejeciendo, muriendo. Son muchos los signos de un mundo que se pone en un lugar difícil.
El mundo necesita una novedad, y esto que estamos viviendo que nos pone a todos en una situación de duda, de miedo, de perplejidad, no significa que aprendamos la lección.
A uno le llama la atención que en estos momentos también sigan apareciendo situaciones inauditas: de falta de solidaridad, de egoísmo, de injusticia.
Algunos dicen que esto nos va a ayudar a aprender. Puede ser que sí. Puede ser que demos vuelta la página, comencemos un capitulo distinto de la historia humana. Pero también puede ser que no. A veces a los seres humanos nos cuesta mucho el aprendizaje, nos cuesta entrar en una novedad que nos haga más humanos.
El mundo caminaba, camina hacia formas inhumanas de vida ¿Podremos dar un salto hacia formas más humanas?
Jesucristo es la respuesta del Padre Dios para las necesidades más profundas del mundo. Los que conocemos a Jesucristo, los que creemos en él, los que intentamos seguir el camino de Jesús, sabemos que él es una persona viva que es respuesta para las necesidades humanas. El hace más humana la vida.
Por eso comenzar celebrando este Triduo Pascual con la cena del Señor nos invita a estar atentos por donde viene la respuesta de Dios para el aquí y ahora del mundo y de cada uno de nosotros.
El evangelista Juan que acabamos de proclamar, nos cuenta un aspecto de la cena del Señor que los otros evangelistas no nos relatan.
Hace hincapié en un signo muy particular muy fuerte, un signo común que era lavar los pies a los comensales. Pero era común para los esclavos, para los servidores. La gente venía caminando por los caminos de tierra y para que estuvieran cómodos en la casa, el sirviente, el esclavo de la casa, lavaba los pies. Y nos dice Juan que cuando Jesús llego a Simón a lavarle los pies, Simón se negó. Tiene lógica que se niegue. Jesús es el Maestro, el Señor y es posible que a Pedro, además de la lógica lo traicione el orgullo, la soberbia que camina con nosotros y no nos permite la novedad.
Estamos tan centrados en nosotros mismos que cuando aparece lo nuevo, lo verdaderamente nuevo, no lo descubrimos. Porque estamos acostumbrados a vernos a nosotros mismos y ver todo a través de nosotros. Pero Jesús le dice: “si yo no hago esto Simón, no solamente no vas a poder comprender; no vas a descubrir el sentido de todo, el sentido tuyo, el sentido mío”. Entonces Simón se abre a Jesús y le dice “lávame todo”.
El Señor toma la forma del siervo, del esclavo. Jesús el Maestro lava los pies y es un signo de Dios ponerse al servicio nuestro. El servicio de Dios es un amor total, un amor distinto, tan grande, tan inabarcable, que cada vez que toca lo humano, lo trasforma. La novedad es el amor de Dios hecho carne, hecho sangre en Jesucristo, que se pone al servicio de cada uno de nosotros. Dios nos ama tanto que él quiere cambiarnos, hacer más pleno lo humano. Y esto es novedad permanente. Porque yo hoy puedo experimentar el amor de Dios y uno cree que ya está; pero en otra etapa de la vida el amor de Dios vuelve a aparecer como novedoso. Éste amor de Dios es tan original, que nunca es viejo, nunca envejece, nunca se hace monótono, nunca muere.
Siempre es novedad para nosotros, para la historia, para el mundo y el amor de Dios quiere invitarnos a una experiencia de sumergirnos en él. Aquello que comenzó en el bautismo, la primera experiencia de inmersión en el amor de dios, Jesús lo quiere renovar en cada domingo, en cada eucaristía. En cada momento de la vida, en cada circunstancia.
Y cuando uno experimenta ese amor tan fuerte, tiene ganas de compartirlo. Y a uno le dan ganas de lavar los pies. El Señor invita a esa dinámica del amor. Ahora uno renovado en el amor de Dios, tiene ganas de que otro se renueve, que otro descubra que hay un sentido de la vida siempre novedoso en Dios.
“Ustedes tienen que hacer esto” les dice Jesús a sus discípulos y a nosotros, “tienen que ser capaces de transmitir un amor tan fuerte que cambie lo que toque” y ese es el desafío de la historia.
Estamos en un momento novedoso, delicado de la historia, una oportunidad para abrirnos a un amor nuevo, a una humanidad nueva, a una fraternidad nueva.
En esta cena el Señor toma el pan y la copa de vino que los judíos comparten cada vez que celebran su pascua y en esta novedad del amor les dice: “Tomen, esto es mi cuerpo” “Tomen, esto en mi sangre” otra expresión del amor que quiere quedarse, que quiere permanecer. Aparece la novedad del amor de Dios que es el ministerio sacerdotal “Hagan esto en memoria mía” le dice a los apóstoles y la Iglesia lo viene haciendo a través de sus sacerdotes día a día. Hacemos memoria de esa Pascua y la hacemos presente como si sucediera hoy. Y la cena de ahora, que es la misma que la cena del Señor, sin embargo, es novedosa, es siempre nueva. Es el amor de Dios, que nunca muere, nunca es viejo.
Hoy celebramos y damos gracias por este misterio de la Eucaristía y del sacerdocio. Entendemos muchísimo el deseo y la necesidad que tienen de comulgar, esa necesidad que tienen de compartir el pan consagrado, el cuerpo de Jesús, y nos duele en el alma no poder compartirlo y entregarlo.
Pero ese cuerpo del Señor que todos los días repartimos, especialmente los domingos, es la expresión de un Cuerpo que es más grande que ese pan consagrado, la comunión humana. La comunión que hacemos con el Cuerpo del Señor es la invitación a la comunión que hacemos entra nosotros, a la dinámica del amor. Por eso estamos invitados no a comulgar individualmente, porque hay ciertas prácticas que no son evangélicas. Venir a comulgar individualmente sin importarme la comunión con los hermanos no es entrar en la dinámica del amor de Dios, es más bien una experiencia que se dejó tomar por el individualismo del mundo. La comunión con el Señor es entrar en la dinámica del amor novedoso que quiere lavar los pies. Que desea fraternidad, comunión. Por eso extrañamos comulgar, extrañamos la comunidad, reunirnos, la fraternidad que nos llena la vida, que nos hace apostar todos los días por algo nuevo. Pero ahora es la fraternidad en casa.
Los invito a que al finalizar la misa se laven los pies unos a otros: esposo renová tu amor por tu esposa, lavale los pies; esposo lavale los pies a tu esposo, hijos a sus padres. Seamos capaces de un amor tan original que genere cambios. Tenemos que ser capaces de un amor hasta el extremo, que se juega por los otros.
Uno entiende que en un edificio haya miedo al contagio. Pero poner un cartel diciéndole al médico, al enfermero “ándate de acá” es el mundo que patina, que envejece, que muere.
El mundo de la novedad del amor de Dios es el que arriesga, el que sirve, el que piensa más en el otro que en sí mismo.
Hoy entramos en este Triduo Pascual a la novedad del amor de Dios con la cena, mañana caminaremos con Jesús en su pasión y si Dios quiere celebraremos la resurrección del Señor. Los invito a que nos dejemos tocar por el amor de Dios. Cuando te toca te transforma. Pero es tan fuerte este amor que si hoy lo descubriste, el de la semana que viene es distinto. Siempre nuevo. No es el mismo. Es Dios.
Quisiera terminar esta meditación agradeciendo muchísimo a los sacerdotes de la arquidiócesis, por su entrega. El Señor no nos llamó porque somos perfectos. El Señor no nos llamó porque somos personas acabadas, equilibradas. El Señor nos llamó porque miró algo en nosotros que tal vez nosotros mismos ni siquiera nos damos cuenta. El Señor nos llamó por amor, por eso nos llamó a hacer una experiencia de entrega amorosa al pueblo de Dios. No es cuestión de mucha inteligencia o porque somos brillantes. Nos llamó por su amor y porque en nuestra pobreza quiere mostrar que cuando el amor toca te transforma. Nosotros podemos dar testimonio de eso.
Les agradezco muchísimo a los sacerdotes el servicio de amor por sus comunidades y se del dolor que tienen de celebrar la Pascua así. Agradezco la inventiva, la creatividad de llegar a cada uno de ustedes. Rueguen por sus sacerdotes.