Por Cristián Frers* – No hay límites para los destructores de montes, bosques y selvas. Mientras que como seres humanos nos quedamos en casa para frenar el coronavirus, la ambición de empresarios agropecuarios en ganadería y soja transgénica. continúa.
La Ley de Bosques Nativos estableció que cada provincia tendría que sancionar una ley provincial, llamada Ordenamiento Territorial de los Bosques Nativos (OTBN), la última en hacerlo fue la Provincia de Buenos Aires. Los OTBN deben ordenar a los bosques provinciales en tres categorías según el valor de conservación. De esta manera, los bosques ubicados en la categoría I o roja son los de máximo valor de conservación que, por esto, no pueden desmontarse. Los establecidos en la categoría II o amarilla, de mediano valor de conservación, tampoco pueden desmontarse. Por último, los bosques de la categoría III o verde son los únicos que pueden desmontarse, aunque siguiendo los lineamientos dispuestos en la Ley de Bosques.
A poco tiempo de haberse iniciado la crisis del CoronaVirus en Argentina, el Gobierno peronista de Alberto Fernández dispuso la cuarentena obligatoria desde marzo del 2020 para todo el territorio, medida que sigue vigente en las zonas más afectadas por el covid-19. También deprisa, en abril, el Ejecutivo Nacional lanzó un decreto aclarando que las actividades vinculadas con la producción, distribución y comercialización forestal estaban incluidas dentro de las tareas permitidas, y quedaron exentas de las restricciones.
La pandemia del coronavirus frenó casi todo en Argentina, pero no la deforestación. Solamente entre el mes de marzo y el mes de mayo se desmontaron más de 14.900 hectáreas, según un monitoreo llevado a cabo por Greenpeace Argentina,
Se monitorio con imágenes satelitales y se descubrió que en el norte del país se desmontaron más de 14.900 hectáreas desde que empezó el aislamiento. Las provincias de Salta, Chaco, Santiago del Estero y Formosa concentran casi el 80% de la deforestación en Argentina. Es suicida que se siga desmontando, en las últimas tres décadas se perdieron cerca de 8 millones de hectáreas y el país es uno de los 10 países que más destruyen sus bosques.
El desmonte implica la remoción del bosque nativo mediante rolos o topadoras. Su fin, es la limpieza y posterior sistematización del terreno para poder plantar soja o pasturas para el ganado. Ecosistemas complejos típicos de la ecorregión del Chaco Seco son simplificados y degradados al eliminar los árboles y arbustos nativos. Esto produce la reducción de la infiltración del agua, la fijación de carbono y la vegetación que es el sustento de muchas comunidades locales.
La combinación entre la eliminación de los árboles y la utilización de maquinaria compacta los suelos, produce inundaciones y sequías a la vez. Las inundaciones se producen por el hecho de que el agua que antes era retenida por los árboles o por la infiltración del suelo ya no lo hace. Por otro lado, cuando la lluvia pasa, toda el agua escurre fuera del sistema, por lo tanto, no queda ni en el suelo ni en la vegetación ya que los árboles y arbustos retienen más agua que las pasturas y la soja produciendo sequías
El desmonte produce diversos problemas ambientales, pero hay otro efecto del que se suele hablar poco y que es clave para entender la pandemia: este tipo de prácticas favorecen la propagación de nuevas enfermedades y el aumento de otras como es la malaria y el dengue.
Desde la ecología no se puede plantear que, si hay desmonte, va a haber otro brote epidémico o pandémico; pero sí que cuanta mayor simplificación eco sistémica hay una mayor ventana de oportunidad para que muten nuevos virus y haya nuevos eventos zoonóticos. De esta forma, la pandemia visibiliza la interdependencia con el ambiente y las consecuencias que puede conllevar su deterioro de los montes, bosques y selvas.
*Cristián Frers – Técnico Superior en Gestion Ambiental y Técnico Superior en Comunicación Social (Periodista).