Por Andrea Viveca Sanz (@andreaviveca) / Edición: Walter Omar Buffarini //
Un libro se abre, sus páginas exhalan el aire que respiran los personajes, vientos de imágenes recorren la historia. Las letras, como si fueran una cámara dispuesta a contar, hacen foco en la realidad y la transforman. Luces sobre sombras, pliegues que retienen los grises del camino, personajes que avanzan en un mundo oscuro, voces que recorren los contornos de lo fantástico y se arriesgan, la vida convertida en palabras, como si fuera un cuento.
Cada uno de los universos imaginados y habitados por las letras del escritor mercedino Juan Guinot están atravesados por una trama de emociones en movimiento. Hay en sus obras una exploración de los territorios conocidos, una búsqueda de respuestas y un compromiso con la palabra que anima al lector a cruzar la delgada línea de la realidad para sumergirse en sus mundos ficcionados.
Sobre eso y mucho más, el autor se animó a dialogar en una charla virtual con ContArte Cultura.
—Si pudieras regresar a algún rincón de tu infancia donde sentís que se gestó el gusto por contar historias, ¿cuál sería y con qué cuento te gustaría volver desde este futuro que habitás?
—Volvería al patio del fondo de casa, en Mercedes. Había plantas y espacio para desplegar soldaditos y aviones, e imaginar que estaba en la selva o en otro planeta. Además, conectaba con la cocina a través de una ventana y podía escuchar las charlas de sobremesa, en las que nunca faltaban ovnis y fantasmas. Volvería ahí con el cuento de la aparición de un extraterrestre, vestido con escafandra naranja y fosforescente, a una vecina que vivía en la zona de San Jacinto, en las afueras de Mercedes.
—¿De qué manera percibís el comienzo de algo que merece ser narrado?
—Mis historias parten de una anécdota o una idea que se me ocurre, que agita emociones y dispara imágenes. Para que no se me escapen, tomo apuntes en un cuaderno y hago dibujos, que cuelgo de un hilo y los miro varios días, imagino las voces y cómo se mueven. Cuando logro alejarme del campo de atracción de esas emociones que hicieron el big bang creativo, me siento a escribir. En el caso de las novelas, armo una especie de escaleta con los personajes y capítulos. Cuando termino el primer arco de escritura, repaso la frecuencia de cada personaje para ver si tiene el peso y la ubicación que me interesa para esa historia, como si fuesen notas dentro de una composición musical, para lograr el balance que busco para ese texto.
—¿Cómo lográs hacer foco con tu “cámara de letras” en las luces y las sombras que forman parte de tus escenarios?
—Decidir quién cuenta la historia tiene mucho que ver con esa operación que mencionás. Por ejemplo, si escribo en la voz de un niño, puedo imaginar qué mundo capta desde su estatura. Entonces, si está de pie frente a una mesa y habla con su padre, lo que le llega del mundo es aquello que hay debajo de la mesa, que el adulto (que lo dobla en altura) no ve. Las decisiones sobre cómo contar gravitan de manera potente sobre las luces y las sombras de ese escenario que mencionás. Para esa construcción, me ayuda definir el espacio. Puedo retenerlo en mi cabeza, para bocetarlo o armarlo en cartulina, y hacer los personajes en papel y moverlos por la escena. Eso me ayuda muchísimo. Es algo que adopté en la narrativa de mi experiencia en dramaturgia y ficción audiovisual. En ese procedimiento, conecto con las formas y estrategias de juego de la niñez, en el patio del fondo de casa.
—¿Cuál es el proceso que llevás adelante para “esculpir” la psicología de tus personajes?
—Hay algo interesante para considerar y es el flujo de la imaginación. Lo vivo como una explosión de energía a la que hay que darle forma, en mi caso, con la escritura. Si eso que imagino y quiero contar no se ve en lo que escribí, hay que volver a meter mano. De ese flujo de energía salen mis personajes. Los describo, conozco de dónde vienen, sus miedos, ambiciones. Adquieren colores y una voz que crece a medida que la historia avanza. Me ayuda mucho vincularlos a personas reconocibles. Digo “esta se parece a Julepina”, una supervisora que tuve cuando trabajé en la DGI y que le tenía miedo a todo, te hacía revisar veinte veces las cosas y te hablaba en diminutivo con la errónea idea de alivianar el impacto de sus instrucciones. Observo mucho a la gente y es algo que traía antes de estudiar Psicología Social, aunque reconozco que me agregó algunas facturas de calibración para observar el comportamiento humano.
—Hablando de los personajes, ¿cómo llegás al protagonista de tu novela “2022, La guerra del gallo”, finalista del Premio Celsius de la Semana Negra de Gijón en 2012, en España?
—La guerra del gallo parte de una anécdota personal: a los 13 años me inscribí para pelear en la Guerra de Malvinas y nunca me llamaron. Después del conflicto, entendí que fue una locura y sobre ella se me ocurrió escribir la historia de un chico que se queda con las ganas de pelear su Segunda Guerra de Malvinas. De ahí sale una especie de “Rambo” solitario que está décadas entrenándose para combatir a los “colonialistas piratas”. Encerrado en un hospicio (donde lo metieron los piratas) espera tres décadas (de auto formación militar) hasta que llega el llamado a la batalla tan anhelada. Descubrirá que esa prueba de fuego no será en las Islas, sino en el Peñón de Gibraltar.
—Una frase que resuma el mundo de “Misión Kenobi”.
—El que contamina nuestro Planeta y el Universo está del Lado Oscuro de la Fuerza, que no es mi Lado, que es, sin lugar a dudas, el de los Jedis.
—¿Cómo nace la idea de “Descenso brusco” y de qué manera construiste esa trama casi cinematográfica?
—La empecé a escribir en un viaje de Roma a Madrid en el que una nena no paró de llorar y me imaginé que alguien, con poderes, le tocaba la cabeza y la dormía. Que, después, esa persona se va y nadie, excepto él, puede volver a despertarla. Lo que sigue es cómo el narrador (un argentino radicado en Madrid) toma un rol protagónico, les dice que se queden en Barajas mientras él se hace cargo de encontrar a esa persona que puede despertar a la nena. Sale por los bares de Madrid y, a partir de esa búsqueda, cada puerta que abre lo mete en una trama más compleja, que lo incluye y le muestra una España que tiene menos de ese Primer Mundo idealizado y más de uno corrupto que, creía, era para países como del que emigró. La trama corre por lugares de Madrid que conozco. Es una ciudad que quiero muchísimo y me encantó recrear las escenas, con caras, olores y sabores de las que guardo un recuerdo vívido.
—¿Cuál fue el punto de partida de “Chacharramendi”, novela juvenil ganadora del premio Sigmar 2015, y cómo resultó “el viaje” de su escritura?
—Estaba transitando el primer año de divorcio, metido en el duelo del proyecto de familia y con un hijo de casi cinco años. Mi intrigaba saber qué le pasaba por la cabeza a mi hijo. Empecé a escribir en su voz una historia que juntó dos duelos: el fin de la familia y la muerte de un primo en Neuquén. La novela se monta en una road movie con un giro fantástico en medio del desierto de La Pampa (Chacharramendi).
—La editorial También el Caracol acaba de publicar tu primera novela para adultos en Argentina, ¿qué nos podés adelantar acerca de las historias que ruedan por estas páginas?
—33 rpm es una novela que escribí en el 2006. Sucede en el Parque Centenario, post diciembre del 2001, y la cuenta un flaco que se vino del interior a ganarse el mango, porque en su pueblo no tenía ni para comer. En medio del derrumbe socioeconómico, se conecta con personajes que están como él, fuera del sistema. Son seres muy locos como Jack, un flaco criado en las calles de Warnes que desarma fititos para sacar las mejores partes de cada uno y armar el mejor Fiat 600 de todos los tiempos, o el Melómano, que vende discos usados y te hace el horóscopo poniendo vinilos en su Winco. La circularidad está en la forma de contar las historias, que corren como las canciones cuando la púa del Winco entra en el surco del vinilo.
—¿Hay algún otro proyecto en camino?
—En breve, en España, saldrá publicada mi primera novela infantil que se llama Perico Carpio. Además, saldrá en Argentina una novela infantil. Te puedo adelantar que vuelvo a contar la infancia en el pueblo, a finales de los ‘70, vinculada al negocio de fotografía familiar y a apariciones extrañas. En cuanto a escritura, estoy metido con una novela para adultos. Llevo dos años trabajando y en este estará terminada.
Nota publicada en Contarte Cultura (https://contarte.com.ar/)