En el marco de la Jornada Nacional de Oración por los fallecidos a consecuencia del Covid – 19, el Arzobispo de Mercedes Luján, Monseñor Jorge Eduardo Scheinig, presidió la Eucaristía este viernes 23 de julio en el Santuario Basílica Nuestra Señora Luján. Encendieron mil velas como símbolo de las más de cien mil personas fallecidas por el Covid. Compartimos su homilía.
Vivimos y caminamos en esperanza
Todos, algún día, tendremos que enfrentarnos a la experiencia de la muerte. Es una puerta que debemos atravesar. Es verdad que algunos de los numerosos rostros de la muerte pueden llegar a ser más apacibles, como cuando una persona anciana hace su partida de manera natural. Pero otros de sus rostros, están llenos de dramatismo y aflicción, y a los que nos quedamos, la separación de las personas amadas, nos causa un dolor indescriptible.
Estamos en la Casa de María de Luján unidos a todas las comunidades de la Iglesia que peregrina en la Argentina. Rezamos especialmente por aquellas personas que han partido en este tiempo de pandemia y a causa del virus que la genera. Rezamos también por sus familiares y amigos que están tristes y sufren la ausencia de las personas queridas.
Necesitamos rezar mucho, porque frente al misterio de la vida y de la muerte ̶ la vida y la muerte van siempre juntas ̶ los seres humanos estamos como desarmados, sobrepasados, impotentes y sólo Dios puede revelarnos el sentido de lo que nos pasa y por qué nos pasa.
Y si por momentos, algunos ni siquiera tienen fuerzas para elevar una plegaria, ahí debe estar la Iglesia, la comunidad cristiana, que con fraternidad reza por las personas que no pueden hacerlo. Los cristianos debemos permanecer junto a ellas sosteniéndolas en silencio y con máximo respeto. Para eso estamos aquí, para interceder, para rezar con fuerza por aquellos que partieron y por los que siguen en el camino de la vida sin o con pocas fuerzas.
Además, lo hacemos junto a María de Luján y con ella, que siempre ruega por nosotros, también y muy especialmente en la hora de nuestra muerte, simplemente porque es nuestra Madre.
Es fundamental ir a Jesús, escucharlo, contemplarlo, seguirlo. Él tiene la llave que abre la puerta de la muerte. Él ha sido el primero en pasarla y detrás de Él, vamos todos nosotros.
El Evangelio según San Juan que hemos proclamado (Juan 19,16-18.25-30), nos habla de los últimos momentos de la vida del Señor: de su condena, del camino doloroso, de su cruz, de estar clavado a ella, de la donación que nos hace de Su Madre como Madre nuestra y de su propia entrega a las Manos del Padre.
Jesús es un hombre joven e inocente a quien condenan injustamente a la muerte y además, lo hacen pasar por el calvario del dolor físico, la soledad y el abandono. Jesús experimentó una muerte cruel.
Todas las personas nos conmovemos frente a su “Camino de la Cruz”, (Vía Crucis), y a los que tenemos fe en Él, porque lo contemplamos y reconocemos como al Hijo de Dios hecho hombre en la cruz, nos llama mucho la atención que en medio de semejante experiencia de dolor y desgarro, el Señor, nos entregue a su Madre y Él mismo se entregue con infinita confianza en las manos amorosas del Padre. Con su vida nos está diciendo que la vida es para entregarla.
Queridas hermanas y hermanos, el mundo, la Argentina, todos nosotros, estamos atravesados por el dolor y se hace imprescindible darle un sentido a lo que estamos viviendo y ayudarnos unos a otros a saber cargar esta pesada cruz, que a muchas familias las ha quebrado.
Estoy seguro que en esta Palabra que proclamamos hay un valioso mensaje para poder enfrentar el momento presente y por eso, quisiera poder trasmitirles tan siquiera un poco, de esa fuerza transformadora que tiene la muerte del Señor sobre toda muerte. Sí, su muerte y resurrección transforman todo, porque Jesús es una Luz inagotable y una Fuente eterna en la que podemos encontrar un sentido nuevo tanto de la vida, como de la muerte.
Deseo que sea el mismo Señor el que llegando al corazón de los familiares y amigos de las tantísimas personas fallecidas, los llene de consuelo y paz.
Ciertamente es muy grande la pelea que se está dando para vencer al virus. Mucho se hizo y se hace en poco tiempo, contra reloj, especialmente por los trabajadores de la salud que se exponen en cuerpo y corazón y a los que sin duda, les estaremos eternamente agradecidos. Debemos sostenerlos con nuestra oración, aliento y compañía.
Pero, son demasiados los fallecidos, personas inocentes, muchas de ellas jóvenes y algunas familias perdieron más de un ser querido. Nos queda un sabor amargo que acentúa la injusticia de tantísimas muertes. Tanto la politización de las vacunas, no tenerlas en tiempo y forma, como los mensajes anti-vacunas, mensajes negativos, llenos de confusión, oscuridad y odio, pueden estar en la causa de muertes evitables.
Entonces, en este momento de nuestra historia compartida, como Jesús, nos ha tocado cargar una cruz enorme y pesada. Estamos atravesados por un sufrimiento colectivo lleno de incertidumbres, miedos y angustias. Nadie sabe ni puede dimensionar lo que genera y generará tanto sufrimiento en el alma de cada persona y en el alma del pueblo.
Somos una generación herida por un dolor nuevo y distinto, que sólo encontrará salida si sabemos transitar el camino doloroso de la cruz con un sentido superior que nos capacite y de las fuerzas necesarias para vivir entregando la vida. No de manera resignada, sino como Jesús, enfrentando el dolor con un amor grande que nos ayude a convertir el dolor en solidaridad. Todos sabemos que los que viven dolores fuertes, pueden descubrir como nadie, cómo acompañar a los que sufren. Es una nueva sabiduría que necesitamos en este tiempo, una sabiduría fundamental, para atravesar tiempos difíciles.
Somos una generación herida, pero podemos ser una generación transformada y transformadora.
Clavado a la cruz, Jesús nos entrega a su Madre. En Él, la intensidad del dolor abre paso a la intensidad del Amor.
Las familias que han perdido a una madre, a un padre, una hija, un hijo, una esposa, un esposo, las personas que han perdido amigos, junto a la intensidad del dolor, han experimentado la fuerza del amor.
Es cierto que al no poder acompañarlos estuvieron ausentes los gestos: tomarlos de la mano, acariciarlos, escucharlos en silencio, sostenerlos, decirles palabras de amor. No pudieron velarlos y despedirlos con los ritos y oraciones que tanto bien nos hacen. Pero misteriosamente, en el silencio y la ausencia, también han experimentado hacia ellos sentimientos puros, nobles y genuinos y sobre todo, han experimentado la fuerza y la intensidad del amor.
Y seguramente ellos también lo sintieron, porque el amor traspasa las paredes, el espacio, el tiempo y toda circunstancia. El corazón lleno de amor se conecta con el corazón del otro.
La ausencia aumentó la intensidad de su presencia en el corazón, y esa es una presencia real.
Estoy seguro que como lo que vivió el Señor con su Madre en medio del dolor de la cruz, es decir, la intensidad del amor que perpetúa la presencia, también ustedes, queridos familiares y amigos, pueden tener la certeza que ellos permanecen con ustedes para siempre.
Dolor y amor intensos, nos llevan a experimentar que los que partieron, están de alguna manera entre nosotros. Sus vidas son luminosas y nos regalan una fuerza interior que nos transforma.
Somos una generación transformada por el dolor y podemos serlo mucho más por el amor.
Al final del calvario, Jesús entrega su espíritu en las Manos amorosas de su Padre Dios, con absoluta confianza.
Estamos aquí haciendo lo mismo. Hacemos memoria de tantas personas que con mayor o menos conciencia se entregaron y ahora nosotros, confiados en nuestro Padre del cielo, también los entregamos a Sus Manos que llenas de amor cuidan de sus vidas para toda la eternidad.
Aquí estamos para entregarlos a la Vida. Confiamos que viven en Dios, que descansan en paz, que llegaron a la plenitud soñada y buscada en lo secreto de cada corazón.
La fe nos ayuda a confiar para poder vivir y a caminar en esperanza.
Las mil velas encendidas, quieren ser el símbolo de las más de cien mil personas fallecidas por el Covid.
En esta Casa de María de Luján, frente a la Patrona de nuestro pueblo argentino, le pedimos que los lleve de la mano al Cielo, donde Dios resplandece y con su Luz da sentido a todo lo vivido.
Pidámosle a Nuestra Señora de Luján que la muerte inocente de tantas hermanas y hermanos queridos, nos conmueva y ablande los corazones muchas veces endurecidos como piedras y que tanto nos hacen lastimarnos unos a otros.
Pidámosle a nuestra querida Madre de Luján que nos ayude a valorar y luchar por la vida en todas sus instancias y circunstancias y podamos juntos reconstruir esta Patria tan llena de dolor y sufrimiento.
+ Jorge Eduardo Scheinig
Arzobispo Metropolitano
Mercedes-Luján