Por Oscar Dinova* – Sin Democracia, la libertad es una quimera (Octavio Paz, escritor mejicano)
Como era habitual habíamos planeado encontrarnos con mis padres ese domingo de Pascuas para comer los ravioles de mi madre y su infaltable flan casero. Era una linda ocasión para hacer un alto en el trajín cotidiano y disfrutar de una fecha tan agradable que habíamos tenido más de diez años entre paréntesis.
En efecto, desde 1975 a 1985, debimos pasar por alto este momento de encuentro con los seres queridos. Un tiempo por la militancia y la persecución y otro por estar en el exilio, muy lejos de casa. Pero ahora sí, nada parecía interponerse para disfrutar de una buena mesa donde padres, hijos y nietos gocen de la resurrección cristiana de una forma simple y afectiva.
Pero no, de pronto, viejos fantasmas nos tomaron por asalto y miedos aún no desvanecidos se convirtieron en una nueva pesadilla; la primera Rebelión Carapintada explotaba el jueves 16 de Abril cuando, en cadena, la oficialidad comprometida con el período dictatorial tomaba uno a uno los principales cuarteles del país.
Exigían básicamente impunidad. Estaban sometiendo a una joven democracia a una extorsión para lograr inmunidad por sus cruentos delitos de apenas una década pasada. Pertrechados con ropas camufladas y las caras tiznadas se plantaban frente a las autoridades legítimamente instituidas para demandar traspasar sus responsabilidades a sus superiores jerárquicos.
Estos venían de ser juzgados y condenados en el Juicio a las Juntas. Según el cuerpo de oficiales sublevados aquellos debían cargar con toda la responsabilidad y ellos ser exculpados. De pronto el aire de la convivencia civil se había vuelto denso, cargado de presagios.
Todo había empezado con la negativa a comparecer a indagatoria de Ernesto Barreiro, a él se le sumaría Aldo Rico y cientos más en pocas horas, en gran parte de la geografía argentina. Pero, esta insumisión al orden constitucional despertó la respuesta popular más contundente, masiva y pacífica de nuestra historia.
En decenas de ciudades de todo el país la gente salió a la calle. Aquí nomás, entre nosotros, el pueblo se convocó frente a la entrada del Regimiento 6. Cánticos, brazos levantados, repudio, himno nacional y el “Loco” Lorusso gritándoles el GOOOLLL de la democracia a los insurrectos desde su bici y su genial inventiva. El pueblo mercedino explotaba en una cerrada ovación.
Así, tensos, expectantes y en un aluvión de resistencia cívica fueron transcurriendo los días de esa Semana Santa sin par, donde los argentinos nos jugábamos a cara o cruz el derecho a vivir en una República. Llegó el domingo y la convocatoria mayor fue en Plaza de Mayo, sin distinción de partidos o ideologías, abrazados todos a nuestra bandera y apoyando la figura presidencial sin titubear.
Con Diana, mi esposa, llevando a Victoria y Nico, nuestros hijos, rumbeamos para Buenos Aires. Mis padres, nos apoyaron y postergamos por un tiempo impreciso ese almuerzo familiar tan esperado. Fue un día difícil pero maravilloso, nos jugábamos el retorno a nuestra Patria, así como millones defendían una forma de vivir en sociedad. Nos sentíamos todos hermanados, cientos de familias decidieron también ir a esa bella Plaza con sus hijos, nos decíamos que esa prueba sería, sin duda, la lección de civismo más contundente de todas nuestras vidas.
Ya sabemos el final. A las seis de la tarde, Alfonsín anunciaba el final de un capítulo angustiante, los cuarteles se desarmaban y el orden constitucional seguía su marcha. Algunos quedaron disconformes, para otros no era lo deseado, algunas cuestiones quedaron inconclusas. Pero nosotros –y muchos con nosotros creo- volvimos renovados a nuestros hogares, disfrutando de un logro parcial pero enorme y de una victoria, aunque incompleta, sin duelos ni sangre de por medio.
Quedaba un futuro a construir, certezas e incertidumbres, alivio y dilemas por igual. Pero era nuestro futuro, dependería de nosotros el llegar o no. Y el compromiso y el deber ciudadano cumplido. Volvimos cansados pero felices en ese tren de vuelta a Mercedes.
En la vieja casa paterna, mamá y papá nos abrazaron. Nos sentamos a la mesa y comimos los mejores ravioles de nuestras vidas, cada uno agradecía a su manera estar juntos, estar bien y disfrutar de la vida democrática en aquellas lejanas Pascuas de hace 35 años.
No olvidemos ese espíritu. Hacerlo sería un pecado imperdonable.
Viva la Democracia!
*Oscar Dinova (escritor)