Por Oscar Dinova* – “El cine no es un arte que filma la vida, el cine está entre el arte y la vida” (J.L.Godard)
La gente fue llegando al cine como en las viejas épocas, expectante, predispuesta a un buen espectáculo. En una gran medida sabiendo que era parte de ese film, que pertenecía a una generación que había construido la historia que es mostrada en la pantalla. No es algo habitual sentirse tan partícipe de un relato. Fuimos, durante dos horas, la imagen y el espejo que la reflejaba.
El cine, en “Argentina,1985” es lo más parecido que se puede encontrar a un viaje en el tiempo. De la mano de talentosos artistas y una reconstrucción de época impecable, nos pudimos transportar a esos días plenos de ansiedad, cargados de tensión y de esperanzas que fue, por muchos meses, nuestro querido país.
Como le pasó a mucha gente, me fue imposible despegarme de mis propios recuerdos. Aquel año, 1985, fue el año del regreso del exilio, de la difícil decisión, -como pequeña familia-, de dejar atrás el confort y seguridad europeos para emprender el camino del regreso.
Dudas, vacilaciones, miedos familiares se cristalizaban en ese impostergable y a la vez milagroso juicio a las Juntas Militares. Mi padre, enorme lector, sabía que el solo antecedente histórico favorable era el Juicio de Núremberg, aunque éste había sido realizado por fuerzas victoriosas sobre el derrotado nazismo, “…con semejante matanza sólo doce fueron condenados a la pena capital, agregaba”.
Tenía enormes dudas que pudiera hacerse y menos aún terminarse. Nos aconsejaba quedarnos en Francia. “No te olvides que Videla y Massera tienen sólo dos años más que el Presidente”, me decía.
Llegamos a Ezeiza en Agosto, apenas una semana después del fin del Juicio. Vimos el alegato de Strassera en la televisión de mis suegros, en lo que era aún, una comunión familiar. Ese hombre de gruesos anteojos y cigarrillos permanentes culminaba sus palabras pidiendo justicia con la frase que nos marcara a fuego como sociedad; Nunca Más.
El 9 de Diciembre, en la víspera de los dos años de asunción del gobierno, se conoce el veredicto. En el pequeño comedor de mi casa paterna, mi madre seca sus lágrimas en el delantal de cocina, mi padre me da la mano y me dice; “hoy sí nace la democracia, hicieron bien en volver”.
Las puertas se abrían prometedoras a aquella Argentina. Por primera vez, nos habíamos apegado a la ley para hacer justicia, por primera vez las instituciones de la república ganaban en un estrado. Era un mensaje que todos debíamos acatar. Ahora nos tocaba hacer honor a esa inmensa posibilidad.
No es aquí el lugar, ni éste el cometido de esta breve nota. Tengo la convicción que, como sociedad, -y más aún sus dirigencias-, no hemos estado a la altura del desafío, que hemos malgastado, en gran medida, una inmensa oportunidad histórica. Que sí alcanzó para consolidar la democracia como forma de vida, pero no en la cantidad y calidad que podía ser posible.
El Presidente que respaldó ese Histórico Juicio, -Alfonsín-, es el único, en 40 años de democracia, que no fue sospechado o acusado de corrupción. Las penurias actuales y permanentes de nuestra sociedad, son el mejor fiscal de esta requisitoria.
Una película, una manifestación artística nos interpela, nos emociona. Nos recuerda que pudimos salir del infierno por la mejor puerta, -la de la ley-. Los llantos en silencio y los aplausos cerrados en las salas son un ejemplo patente de la mancomunión de los espíritus que nos entrelaza profundamente.
Quizás sea momento de desempolvar esperanzas, de desandar caminos errados y de tener en cuenta lo sufrido, para volver a apostar una vez más por un futuro que nos merecemos pero no terminamos de construir.
Gracias al cine y a los artistas por estar entre el arte y la vida. ¡Fue bueno y necesario volver a estar en aquellos días!
*Oscar Dinova, escritor mercedino