«Cuando lo económico supera la esencia y los hacedores, son bien enterrados. O cuando una torta frita gigante se come a los Héroes de la Patria», así comienza y titula el texto que publicó Graciela Medina en sus redes sociales
«No se puede negar que habitamos un mundo globalizado, donde los valores mutan constantemente, en muchos casos para bien y en otros para mal.
Hoy, podemos comunicarnos cómodamente desde nuestra casa con cualquier lugar del planeta, saludar a alguien por Whatsapp, enviar una tarjeta virtual para un cumpleaños o pensar, como muchos, que si no están en las redes sociales o los medios de comunicación, no existen.
Claro, esas personas no son conscientes de que un android, un iphone o una computadora, por sofisticada que sea no podrá sentarse, café por medio, frente a ellos para tener una charla, escuchar sus problemas, ofrecer una palabra de aliento en un mal momento, hacerles un infaltable chiste para levantarles el ánimo o, quizás, incluso darle trabajo en un momento difícil de su vida.
Afortunadamente aún seguimos existiendo por aquí algunas personas de otra generación. Una, que tuvo la posibilidad de conocer muchas tecnologías en la vida y en los medios. La que se comunicó enviando cartas con estampillas que introducían en un buzón rojo, o esperaba que una operadora, después de varias horas, lograra una comunicación telefónica de larga distancia…
Los de aquella generación escribíamos notas periodísticas a mano, corríamos a lo del querido Clemente Estévez para publicar los números de la quiniela en el diario, hacíamos notas con un grabador a cassette, que muchas veces regrabábamos, sacábamos fotos con rollos “blanco” y “negro” y salimos rápidamente de una conferencia de prensa a otra para llegar a lo de Pablo Quinteros, donde él o Marcelo Uncal nos cortaran los rollos para seguir usando la cámara y llegar, antes del cierre, a retirar las fotos para el diario.
Aprendimos a usar las computadoras, primero con discos enormes, luego más pequeños. Los celulares llegaron a nuestras vidas, desde los viejos «ladrillos» – como el del querido Hernán Casciari que en tiempos del semanario «El Domingo», cuando se lo olvidaba, llamaba a su número para reencontrarse con él – hasta los Smartphone actuales.
Pasamos por la internet en las PC, hasta la conexión de fibra óptica.
En TV hicimos vivo y video tape, en la radio conocimos el tandero y hoy grabamos una publicidad y la editamos a gusto.
Como puede apreciarse pasamos por muchas etapas y esto viene a cuento, porque después de vivirlas, aprendimos a valorar más algunas cosas.
Un querido profesor de Psicología nos decía que las cosas tienen una esencia, un cometido. A veces éste es muy claro; otras, la búsqueda se torna más intrincada, se esconde, se desdibuja y, en el peor de los casos, desaparece.
Mi profesor explicaba que es mucho mejor crear algo con su propia esencia que arrebatársela a algo que ya la tiene, pues quien trate de esconderla o desvirtuarla, no logrará quitársela.
Como decía al comienzo pertenezco a una generación que, después de haber conocido tanto, aprendió a dilucidar lo verdadero de lo falso. Sorteamos algunas encrucijadas y el paso de los años nos demostró que la verdadera esencia, los valores, la amistad, la lealtad y el agradecimiento son más importantes que ciertos valores materiales que se exaltan y corrompen el alma.
Ustedes se preguntarán a esta altura a qué vienen estas reflexiones.
Esta época malvinera para muchos de nosotros es muy especial. Afortunadamente hoy, después de 41 años de lucha constante de muchos, Malvinas comienza a florecer, se van separando las verdades de las mentiras, y se conocen más historias de este rompecabezas. Pero esto no siempre fue así, durante muchos años Malvinas fue mala palabra porque era difícil entender, y aún lo es para muchos, que la lucha de los que quedaron y los que volvieron no fue por un gobierno u otro, sino por defender a la Patria y cumplir el juramento a su Bandera.
En aquel primer tiempo, cuando decíamos “vamos a hacer un programa sobre Malvinas”, nos miraban como si estuviéramos locos.
Al principio a los Veteranos y a los Familiares de Caídos les costó acostumbrarse a entender que existía un lugar donde se contaban sus historias con respeto.
Comenzamos en Multicanal, en el estudio de la calle 20, con el apoyo incondicional del periodista Fernando Pachiani; más tarde nos mudamos a Radio Vida, que se transformó en nuestra casa. Fernando Luna, su director, nos recibió desde el primer momento con el entusiasmo que solo él le ponía a la tarea. Por aquel tiempo le brindó al Centro de Veteranos un espacio para que funcionara, en el Complejo Cultural «La Trocha» que había creado hacía poco.
Después de armar el Centro de Veteranos y poner el aire nuestro programa radial “Malvinas por Siempre” comenzó a pergeñar una idea; recuerdo que me dijo entonces: «tenemos a los muchachos acá, tenemos que homenajearlos de alguna manera». La idea quedó flotando en el aire, y los que conocieron a Fernando saben que no se conformaba con eso. Una mañana, cuando llegué a la radio, como todos los días, me dijo entusiasmado: «ya sé lo que vamos a hacer para homenajear a los Veteranos, vamos a hacer la Fiesta de la Torta Frita en su honor». Y así nació la fiesta.
La Fiesta de la Torta Frita es un homenaje a los Veteranos de Guerra, de quienes ni se habla en las publicidades que se hacen al respecto. Cuando se habla de su creación, incluso, en algún momento un Secretario de Turismo declaró a algún medio de capital que “la fiesta surgió de un grupo de vecinos tomando mate”… obviando el nombre de su creador y su esencia. ¡Una vergüenza!
Ante lo expuesto no puedo dejar de reflexionar acerca de que al creador y su homenaje para los Veteranos de Malvinas, aunque no puedan dejar de incluirlos, se los comió La Torta Frita Gigante.
No es intención de quien escribe esta nota negar el trabajo de quienes hicieron crecer la Fiesta y la convirtieron en Fiesta Nacional pero me atrevo a decir que jamás Fernando hubiese aceptado cobrar una entrada. Quienes lo conocimos y nos formamos con él sabemos todo lo que hizo por la ciudad, por ejemplo sus multitudinarias fiestas populares y muchos otros eventos que le regalo a su amada Mercedes; para él el mejor pago era la alegría y la sonrisa de la gente.
Al comienzo de esta reflexión hablé de la esencia y al aplicar ese concepto a la Fiesta de la Torta Frita creo que debería seguir siendo, ante todo, un homenaje. Así nació, así debería continuar y, además, llevar en alto el nombre de quien la creó: Fernando Luna.
Algunos de los que caminamos esta ciudad y conocemos historias, seguimos valorando la lealtad, preferimos un café cara a cara a una larga explicación de eventos que siguen omitiendo el principio de su existencia.
Algunos de los que caminamos esta ciudad, tenemos buena memoria para recordar a quienes, en algún momento de la vida, nos enseñaron, nos dieron trabajo y nos abrieron puertas… por eso no nos callamos, como hacen algunos que aún conociendo esas historias las silencian, por temor a perder una publicidad o porque quien nos dio una mano ya no está.
La esencia, también hace a las personas, sino fíjense, están los que se roban las placas del monumento a los Caídos, los que crean una fiesta para homenajear a nuestros Veteranos y como hicieron con ellos, hace 41 años, los esconden.
Cada uno elige en qué lado estar pero incluso, cuando muchos ya no estemos alguno recuperará la esencia, ésa que nunca muere porque ese homenaje se gestó con mucho amor, el mismo con el que nuestros Héroes Caídos y Veteranos, se enfrentaron al enemigo para defender a la Patria*
Graciela Medina, periodista